La verdad es que, de todas las ciudades olímpicas que he visitado, Montreal es una de las que más ignora su pasado como sede de los Juegos, quizá por las enormes deudas que provocaron a la ciudad.
No obstante, en la zona noreste de la ciudad han quedado parte de los estadios y edificaciones que se construyeron con motivo de la Olimpiada de 1976.
El Estadio Olímpico de Montreal fue el principal emblema de aquellos juegos y, sorprendentemente, ha traído más dolores de cabeza que satisfacciones a las autoridades de la ciudad de Montreal. Sus costes de construcción se dispararon y parte de su estructura se desplomó hace unos años, obligando a costosas reformas.
El estadio destaca arquitectónicamente por su torre inclinada, la mayor del mundo de este tipo. Podemos subir hasta lo alto de ella si queremos tener una vista elevada de la ciudad pero queda tan lejos del centro de la ciudad que no mejora las vistas que podemos tener gratis desde el Mont Royal.
Muy cerca del mismo podemos visitar el antiguo velódromo, convertido hoy en el Biodome, una especie de zoológico y jardín botánico cubierto -el jardín botánico al aire libre de Montreal está también muy cerca del Parque Olímpico– en el que podemos encontrar cuatro ecosistemas americanos: la selva amazónica, el bosque quebequés, el golfo de San Lorenzo y los polos Norte y Sur. Recomendable para los amantes de la naturaleza.
Finalmente, en la zona podremos encontrarnos también con el original edificio de la antigua Villa Olímpica, con una inconfundible forma de pirámide.
No es, para mi gusto, la zona más llamativa de la ciudad, pero quien quiera visitarla puede llegar fácilmente hasta ella en la línea verde de metro hasta las estaciones de Pie IX o Viau.
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